Desde que el hombre apareció sobre la tierra sintió, como ser sociable por naturaleza, la necesidad de relacionarse con los demás a través de formas – al comienzo primitivas- de comunicación con cada individuo en particular y con el grupo en general. Estas formas primarias - como los gritos, silbidos, llantos y risas- le permitían expresar diferentes situaciones anímicas. En una etapa ulterior, surgió la forma más evolucionada de la comunicación oral con el lenguaje articulado.z
Pero el ser humano, desde su estadio primitivo, quiso dejar constancia de su existencia y recurrió a la imagen como mensaje para la posteridad. Es lo que ocurrió con las pinturas rupestres encontradas en las cuevas de Lascaux, en Francia, hace unos 14,000 años antes de Cristo, consideradas como uno de los mejores ejemplos del arte prehistórico.
En la sociedad moderna, vivimos dominados por el lenguaje icónico, es decir, ese sistema de comunicación que trata de representar la realidad (la realidad visual) a través de las imágenes en sus elementos más evidentes: los colores, las formas, las texturas.
¿Y por qué hablamos del lenguaje de la imagen como lenguaje icónico? Porque un ícono es un signo (visual) que mantiene una relación de semejanza con el objeto representado (la realidad exterior), como las señales de tránsito que vemos en una calle o en una carretera. Esto quiere decir que en una imagen como signo encontramos dos elementos inseparables: el significante icónico, que es la imagen concebida para representar una cosa (el dibujo de una flecha como señal de tránsito en una curva de la carretera) y el significado (lo que nos quiere indicar la flecha: doblar hacia una determinada dirección).

Ahora bien. ¿Cómo logramos asociar un ícono (imagen visual) con su significado? En otras palabras, ¿por qué la imagen de un animal vacuno pintada en una señal de tránsito la interpretamos como “ganado en la vía”? Porque, como lo explica Umberto Eco, la imagen para ser interpretada debe tener una cierta identificación visual con el objeto real que representa, pero ajustada a códigos convencionales socialmente aprendidos en el proceso de relación y comunicación de los grupos humanos a través de normas admitidas tácitamente, resultado de prácticas anteriores o costumbres adquiridas. Nadie va a interpretar la señal de tránsito como “Se vende ganado vacuno”, como nadie tampoco interpretará la imagen de un pollo en el anuncio de un restaurante como “¡Cuidado con los pollos!”. Resulta evidente, entonces, que lo “convencional” de la imagen tiene que ver con un conjunto de factores o circunstancias que condicionan y motivan su significación. Es decir, el entorno físico o de situación.
Pero una imagen, para ser interpretada correctamente, no necesita configurarse con todos los detalles. La figura de una persona en la entrada al urinario de un teatro, por ejemplo, aparece generalmente representada por líneas que determinan su forma, sin precisar los detalles del rostro y otras partes del cuerpo como los dedos de las manos o los pies. ¿Qué se considera indispensable para diferenciar una imagen de otra? La falda para la mujer y el pantalón para el hombre. Porque una cultura establece, por convención, las características pertinentes. Piénsese, por ejemplo, en el monumento a Sandino, perfil que todo nicaragüense fácilmente identifica. Son códigos de reconocimiento, agrega Eco, que “identifican características pertinentes y caracterizadoras del contenido”.
¿Qué diferencia se establece, entonces, entre el dibujo lineal de Andrés Castro en posición de lanzar la piedra que vemos en un libro de historia y la escultura tallada en piedra ubicada cerca de la “Hacienda San Jacinto”? Su grado de “iconicidad” de que nos habla Charles Morris. El retrato de una persona es más icónico que el dibujo de esa persona, pero menos icónico que una escultura. ¿Cuándo la iconicidad alcanza el cien por ciento? Cuando la imagen que representa el objeto reúne todas las propiedades visuales, tácticas, sensitivas, etc., del objeto. En el arte, la escultura greco-romana tiende a representar la realidad lo más icónica posible: una imagen esculpida al tamaño natural, con los colores de la carne, etc., como el “Moisés” de Miguel Ángel o la “Venus de Milo”.
En síntesis, las imágenes tienen un lenguaje -el lenguaje icónico-, transmiten mensajes y configuran la cultura, la sociedad y los valores que la sustentan y reafirman.
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